A pesar de que la unidad fundamental del tiempo, el día, es de origen solar, la ordenación primitiva del tiempo procede de la luna. Los antiguos advirtieron que del novilunio o luna llena hasta su oscurecimiento o desaparición transcurren 28 ó 29 días con cuatro fases. Cada fase de siete días o una semana es de origen antiquísimo, indo-iranio o sumerio-babilónico. Probablemente en Ur de Caldea, patria de Abrahán, había una religión lunar. La semana judía de siete días y el sábado, como día de descanso y de culto, son antiguos. Para fundamentar teológicamente el sábado, que ya existía, se afirma en el Génesis que Dios creó el mundo en seis días, y que el séptimo descansó. El descanso sabático fue estipulado para que los trabajadores (y los esclavos, si los había) tuvieran un día libre, de reposo y de liberación. El culto significaba dedicar ese mismo día a Yahvé. Por otra parte en la antigüedad griega y romana se conocían los nombres de los siete planetas o satélites de la tierra, considerada centro del universo. Estos siete nombres eran de dioses y se aplicaron a los días de la semana a comienzos del s. III a. C. Saturno, día de descanso, fue llamado sábat por los rabinos judíos.
La semana cristiana surge a partir de las semanas judía y pagana. Comienza en domingo, denominado por el Vaticano II "la fiesta primordial de los cristianos"; se apoya en "una tradición apostólica que se remonta al mismo día de la resurrección de Cristo". Desde el principio, también fue el día de reunión de la comunidad cristiana para celebrar al Señor mediante la cena fraterna, la eucaristía, la reconciliación y la comunicación de bienes. Un grupo social toma conciencia y permanece si se reúne periódicamente. Así lo hicieron los cristianos en el domingo. La eucaristía es, pues, el objetivo central del domingo.