Redención, del latín redimere, significa rescate de un esclavo para asegurarle la libertad. El uso bíblico de este término, destinado a designar la acción salvadora de Dios, lo ha convertido en la palabra por excelencia para expresar el sentido de la cruz de Cristo.
La noción rescate es hoy una noción polémica, ya que si nuestro mundo está lejos de haber abolido toda esclavitud, las nuevas servidumbres no se expresan o se combaten en las formas jurídicas greco-romanas.
A lo largo de la historia de la teología, asistimos a un intento de racionalizar la imagen de rescate, elaborando así una verdadera mitología. Dos respuestas dominan la tradición. La primera (la de la mayoría de los antiguos) considera que el rescate se tiene que pagar al diablo, que nos tiene cautivos; la otra a partir de san Anselmo, dice que se tiene que pagar a Dios. Las dos respuestas son una metáfora, en el sentido de que el diablo no podría tener ningún derecho, propiamente hablando, mientras que, por lo que toca a Dios, siendo él mismo el autor de nuestra redención, la idea de una deuda que se pagaría a él no es lógica.