Comparado con las numerosas doctrinas de resurrección que caracterizaban a las antiguas religiones de Oriente Próximo (Osiris en Egipto, Tamuz en Babilonia, Attis en Asia Menor) el AT es de una suprema sobriedad a este respecto. Aquí Dios no es concebido como una divinidad de la fecundidad que debe renacer al ritmo de las diversas estaciones del año. Sin embargo, se insiste en la sucesión lineal de la historia que algún día llegará a su término coincidiendo con un juicio final de Dios. De una resurrección tanto individual como colectiva, no podemos encontrar traza expresa en los escritos del AT. En el NT la idea de resurrección se convierte en central. La intuición fundamental se asume indudablemente del AT: la victoria de Jesús y de los muertos no se concibe como una victoria cíclica (al ritmo de las estaciones) y cósmica de la vida sobre la muerte, sino como un acto escatológico y gratuito de Dios que pone un término definitivo al reino de la muerte.