El término santidad se repite a lo largo de la historia como encarnación de la voluntad de Dios sobre el hombre. No obstante, la santidad tiene, por muchos conceptos, un halo de irrealismo, que no le beneficia en nada. Trataremos de presentar la santidad insistiendo precisamente en el realismo que debe encerrar si quiere responder a su origen. Su origen es la Trinidad, cuya dimensión salvadora tiene que entrar en la vida cristiana.
Para el cristiano, no hay otro Dios que el Dios de nuestro Señor Jesucristo. Y por eso, una santidad que tiene su origen en Dios no puede manifestarse espléndidamente en Jesús. Es a él, el santo de Dios, a quien se debe acudir para saber quién es cristianamente santo. De hecho, la santidad ha superado hoy el encuadramiento eclesiológico, como último y radical, y lo ha dirigido a la cristología.